Muy poco hay en la construcción naval de hoy que recuerde a la de hace quince años, y no digamos ya a la de hace cuarenta. Ni los astilleros son los mismos, ni construyen el mismo tipo de barcos, ni se parece la relación que mantienen con clientes y proveedores. Uno de estos últimos, sin embargo, se ha mostrado capaz de seguir al sector en esa catarata de cambios, adaptándose a los mismos y buscando sus propios caminos hacia la rentabilidad. Saja Industrial y Naval (Saja Indyna), celebra estos días sus primeras cuatro décadas de actividad, un tiempo en el que ha asentado su competitividad haciendo compatible la fidelidad a una cultura empresarial de principios inquebrantables y el dinamismo imprescindible para acompañar al mercado en su transformación, sin que una cosa ponga en riesgo a la otra.

Saja Indyna ha llegado a la celebración del aniversario inmediatamente después de lidiar con la última crisis que, a decir de los responsables de la empresa, no ha sido muy diferente de otras que han marcado la historia de la empresa, por más que sus efectos sigan dejándose notar en el mercado. La calderería, que nació en Requejada y tiene hoy su sede en Miengo, cuenta con una plantilla de 86 trabajadores y una facturación que se mueve en el entorno de los cuatro millones y medio de euros. Con una sólida reputación en el sector naval, es proveedor de referencia para los principales astilleros del norte de España, en tanto que desde su división industrial atiende a clientes de todos los sectores con trabajos muy especializados. Esa complementariedad de la oferta, y la apuesta por el valor añadido, constituyen alguna de las claves estratégicas que han permitido llegar hasta aquí a un proyecto que nació en 1975 por impulso de tres profesionales de la calderería, sin especiales conocimientos de gestión y con una capacidad financiera muy limitada.

Miguel Toral y Los hermanos Ignacio y José Manuel González trabajaban en una calderería torrelaveguense cuando decidieron poner en marcha su propio proyecto empresarial. El conocimiento del producto y del mercado, unidos a un compromiso con el cliente que iba a convertirse desde el comienzo en una de las señas de identidad de su empresa, fueron las bases sobre las que se asentó Saja, que levantó sus talleres en la ribera de la ría de San Martín de la Arena, donde desemboca el río del que tomó el nombre. La ubicación en Requejada, junto a un puerto que todavía en aquellos años mantenía una notable actividad, estaba en consonancia con los vínculos con el sector naval que desde el primero momento marcarían la actividad de los talleres, por más que el producto que saliera de ellos fuera a viajar mucho más lejos de la cercana línea de muelles, hasta astilleros repartidos en todo el norte de España. Los tres socios se repartieron las funciones de una forma casi natural, asumiendo gestión, la dirección del trabajo en los talleres y la instalación de los equipos en destino, en una organización de las tareas que curiosamente va a replicarse de forma muy similar cuando la segunda generación –la que hoy está al mando– vaya incorporándose a la empresa.

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